Por
JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Yo me pregunto: ¿Y la dignidad dónde se fue?
¿Dónde demonios se enterró silenciosamente, sin cirios ni lloros, sin
lutos ni lágrimas, en medio de una apatía patriótica y un olvido de
heroísmos? ¿Dónde?
Los empeños de Duarte ¿perecieron atragantados de indecentes intereses mercantiles, en los cuales solo interesa ganar mucho, aunque sea necesario mostrarse y ser sumisos, doblegarse ante un país absurdo que, tras su independencia del poder francés tuvo sus emperadores y su corte nobiliaria con duques, condes y demás rezagos de lo que no pasó con la Revolución Francesa, mientras ofrecían libertad, igualdad y confraternidad, y la verdad estaba en la filosa hoja de “la máquina”, como llama Alejo Carpentier al aparato de cortar cabezas creado por el Dr. Guillotín para abreviar el sufrimiento de los condenados a muerte, mediante un golpe eficaz que evitase la torpeza de los verdugos.
Hay que tener presente que mientras los patriotas dominicanos, sin otras habilidades que la de usar el machete para sus labores campesinas, luchaban contra tropas bien armadas, entrenadas, uniformadas al estilo francés, los nuestros estaban descalzos, desarrapados, hambrientos, sin un uniforme que los identificara y sin más rango directivo que el indiscutible valor de quienes les daban las órdenes.
¿Qué nos pasó con Duarte, ejemplo vivo de esfuerzo y patriotismo?
¿Es que todo los valores se han resumido a dinero, a los negocios, a si estos sufrientes vecinos aceptan o rechazan comerciar con nosotros, según convenga a un pequeño grupo de empresarios?
Que tenemos culpa… por supuesto. La enorme mayoría de los empresarios –los que no trabajan verdaderamente, sino maquinan dudosos arreglos inmorales– solo quieren yates y jets, mujeres nuevas de otras razas “superiores” y costumbres sofisticadas.
En la habituación del ventajismo a como dé lugar, no importa el daño que se haga a las multitudes, pero existe una esperanza. Creo que pocas veces, como ahora, altos ejecutivos son expuestos a la justicia y encarcelados o puestos al descubierto.
No estén tan tranquilos los altos mandos. “A mí no me pasa… tengo pruebas de muchos secretos”.
Pues esos negocios domínico-haitianos tienen que esclarecerse.
¿Cuál es la razón de que no exista un contrato, un acuerdo formal, digno y respetado entre dos países vecinos (que no es verdad que se quieren entrañablemente) y que signifique beneficio para ambos, conveniencias para ambos?
Pero tengo a un Duarte entristecido zumbándome en la cabeza.
¿Es que ahora la economía nacional depende de las ambiciones mercantiles de los haitianos y sus cómplices dominicanos? ¿Son ellos los que mandan?
¿Fallecieron de inanición los ideales patrióticos, la justa valoración y la decencia?
¿Honramos verdaderamente a Duarte dando su nombre a parques, avenidas, plazas…? ¿No sería mejor hacerlo con una conducta digna de su esfuerzo, acorde con el sueño por el que luchó junto con un grupo de esforzados compañeros?
Abandonemos los elogios hipócritas.
Honremos a Duarte.
Los empeños de Duarte ¿perecieron atragantados de indecentes intereses mercantiles, en los cuales solo interesa ganar mucho, aunque sea necesario mostrarse y ser sumisos, doblegarse ante un país absurdo que, tras su independencia del poder francés tuvo sus emperadores y su corte nobiliaria con duques, condes y demás rezagos de lo que no pasó con la Revolución Francesa, mientras ofrecían libertad, igualdad y confraternidad, y la verdad estaba en la filosa hoja de “la máquina”, como llama Alejo Carpentier al aparato de cortar cabezas creado por el Dr. Guillotín para abreviar el sufrimiento de los condenados a muerte, mediante un golpe eficaz que evitase la torpeza de los verdugos.
Hay que tener presente que mientras los patriotas dominicanos, sin otras habilidades que la de usar el machete para sus labores campesinas, luchaban contra tropas bien armadas, entrenadas, uniformadas al estilo francés, los nuestros estaban descalzos, desarrapados, hambrientos, sin un uniforme que los identificara y sin más rango directivo que el indiscutible valor de quienes les daban las órdenes.
¿Qué nos pasó con Duarte, ejemplo vivo de esfuerzo y patriotismo?
¿Es que todo los valores se han resumido a dinero, a los negocios, a si estos sufrientes vecinos aceptan o rechazan comerciar con nosotros, según convenga a un pequeño grupo de empresarios?
Que tenemos culpa… por supuesto. La enorme mayoría de los empresarios –los que no trabajan verdaderamente, sino maquinan dudosos arreglos inmorales– solo quieren yates y jets, mujeres nuevas de otras razas “superiores” y costumbres sofisticadas.
En la habituación del ventajismo a como dé lugar, no importa el daño que se haga a las multitudes, pero existe una esperanza. Creo que pocas veces, como ahora, altos ejecutivos son expuestos a la justicia y encarcelados o puestos al descubierto.
No estén tan tranquilos los altos mandos. “A mí no me pasa… tengo pruebas de muchos secretos”.
Pues esos negocios domínico-haitianos tienen que esclarecerse.
¿Cuál es la razón de que no exista un contrato, un acuerdo formal, digno y respetado entre dos países vecinos (que no es verdad que se quieren entrañablemente) y que signifique beneficio para ambos, conveniencias para ambos?
Pero tengo a un Duarte entristecido zumbándome en la cabeza.
¿Es que ahora la economía nacional depende de las ambiciones mercantiles de los haitianos y sus cómplices dominicanos? ¿Son ellos los que mandan?
¿Fallecieron de inanición los ideales patrióticos, la justa valoración y la decencia?
¿Honramos verdaderamente a Duarte dando su nombre a parques, avenidas, plazas…? ¿No sería mejor hacerlo con una conducta digna de su esfuerzo, acorde con el sueño por el que luchó junto con un grupo de esforzados compañeros?
Abandonemos los elogios hipócritas.
Honremos a Duarte.
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