SANTO DOMINGO (República Dominicana).- A pesar de los avances, el 2015, año tan emblemático en la agenda de desarrollo mundial, cae aplastante sobre la realidad de la mujer dominicana. Principalmente porque más educación y mayor acceso al trabajo han sido logros relevantes, pero no concluyentes en la construcción de la igualdad tanto en el escenario laboral como en las relaciones de pareja.
Hoy, más mujeres van a la escuela, donde el índice de paridad hace referencia a una brecha a favor de la población femenina; y más mujeres han alcanzado o concluido la universidad: el 18% de ellas frente a solo el 11% de los hombres.
Esta “feminización” de la educación se explica también por los elevados niveles de deserción de la población masculina a partir del nivel medio o bachillerato. Es una tendencia que lleva más de una década, según datos recogidos en el informe de seguimiento al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de 2013, elaborado por el Ministerio de Economía. Sin embargo, no ha sido garantía de igualdad de género en el campo laboral, donde las mujeres siguen enfrentando dificultades asociadas a una cultura machista y a actitudes discriminatorias.
De hecho, y pese a que tienen mayores niveles de escolaridad,las mujeres son apenas el 36% de la población ocupada en la economía dominicana, según datos que cita Raissa Crespo, oficial de género del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD); y más de la mitad de ellas están en el mercado de trabajo informal.
Las mujeres tienen una tasa de desempleo equivalente a más de 2.5 veces la tasa registrada entre los varones: 23.31%, cuando la de la población masculina es de 9.29%, y el promedio nacional de 14.93.
Esto último supone serias desventajas: “Significa que tienen salarios más bajos y no tienen ningún tipo de beneficios de seguridad social, pensión, licencia de maternidad o hasta licencias por enfermedad”, explica la especialista.
Las mujeres también son la población que sufre mayores niveles de desempleo. Los datos del Observatorio del Mercado Laboral, levantados a partir de la Encuesta de Fuerza de Trabajo que hace el Banco Central, indican que tienen una tasa de desempleo equivalente a más de 2.5 veces la tasa registrada entre los varones: 23.31%, cuando la de la población masculina es de 9.29%, y el promedio nacional de 14.93.
Si se aborda desde el punto de vista del salario, la realidad es igualmente desigual, en perjuicio de ellas. “Las mujeres dominicanas ocupan los niveles más bajos en la escala ocupacional y reciben salarios inferiores a los de los hombres aún cuando realizan el mismo trabajo”, expresa la Colectiva Mujer y Salud en un documento en que analiza la situación de la mujer dominicana en la actualidad.
Los datos que maneja el PNUD indican que, en América Latina en general, la diferencia salarial entre hombres y mujeres que tienen un mismo puesto escila entre 20% y 21%, en detrimento de las mujeres. Es decir, que a ellas se les paga 20% menos que a los hombres por hacer el mismo el trabajo.
Raissa Crespo precisa que “las brechas salariales entre hombres y mujeres se van reduciendo a medida que se escalan los quintiles de ingreso”, de modo que las mujeres que son parte del 20% de la población con mayor nivel de ingreso sufren menos discriminación a través del factor salarial.
Otra limitación se genera en el acceso a los puestos de gerencia. Aquí se manifiesta, nuevamente, una relación de desventaja: “Por lo general hay más mujeres empleadas en el sector público, pero se ocupan de la limpieza, logística, tareas administrativas. Los cargos más ejecutivos y gerenciales con mayor poder de decisión y mejor salario y beneficios son ocupados por hombres”, precisa Crespo.
Esto ocurre pese a que alrededor del 67% de las personas que se gradúan en las universidades dominicanas son mujeres.
Algunas especialistas relación la situación al hecho de que exista en nuestra cultura un estereotipo del liderazgo político y empresarial asociado a cualidades que tradicionalmente han sido atribuidas a los hombres, como la agresividad, la competitividad y la fuerza.
Esto se expresa también cuando se observa la composición, según el sexo, del cuerpo legislativo de y las posiciones clave del Gobierno central y los gobiernos municipales: las mujeres ocupan solo el 10.3% de las posiciones en el Senado de la República, el 20.8% de los curules en la Cámara de Diputados y apenas el 7.7% de los cargos en las alcaldías. En el Gobierno, apenas dirigen cuatro de los 22 ministerios: los de Salud, Trabajo, Mujer y Educación Superior, Ciencia y Tecnología.
Además de que la participación de la mujer en puestos de poder sigue siendo escasa, la Colectiva Mujer y Salud destaca que los hombres siguen teniendo el “control sobre la propiedad de las tierras y las viviendas”.
Trabajo, educación y violencia
Aunque el mayor acceso de las mujeres a la educación y al empleo supone mayores niveles de independencia económica, esto no parece ser un factor determinante para impedir la violencia física en su contra. Al contrario. Endesa 2013 recoge que el 39% de las mujeres con empleo remunerado fue violentada por de su pareja, mientras que entre las desempleadas solo lo reportó el 28%. Lo mismo ocurrió entre las mujeres que dijeron haber sufrido violencia física en el último año: 15% de las empleadas y un 10% de las desempleadas.
El nivel educativo de la población femenina tampoco parece muy determinante si se considera que las tasas de violencia física o sexual a mano de parejas o ex parejas no distan mucho entre las mujeres sin educación y las mujeres con educación universitaria: 18.2% y 16%, respetivamente.
La "feminización" de la educación que se observa desde hace más de una década en los niveles educativos medio y superior. Esto también supone una poderosa causa de preocupación en la lucha por la igualdad.
La Colectiva Mujer y Salud sostiene que “la asociación entre violencia y trabajo remunerado ofrece sustento empírico a la noción de que el incremento de la violencia de género se vincula a la menor capacidad de los hombres de controlar a las mujeres mediante la dependencia económica y otros mecanismos tradicionales, por lo que apelan a la agresión directa para imponer su autoridad”.
Esto plantea la “feminización” de la educación como una poderosa causa de preocupación, porque mientras menos preparados estén los hombres, más turbulentas podrían ser las relaciones de pareja en una sociedad con un machismo todavía afianzado.
“En efecto, el riesgo de que la mujer sufra violencia de cualquier tipo disminuye a medida que aumenta el nivel de escolaridad del marido, pasando del 43% entre aquellas cuyos maridos no tienen ningún grado de escolaridad al 25% entre aquellas cuyos maridos tienen educación universitaria”, cita la Colectiva, basándose en datos de Endesa, que también cita entre los factores más asociados a la agresión machista el consumo de alcohol y los comportamientos controladores.
El hecho de que la educación esté adquiriendo un rostro de mujer también incide en que el país no vaya a cumplir el tercer Objetivo de Desarrollo del Milenio, que consiste en promover, además del empoderamiento de la mujer, la igualdad entre los sexos.
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