Kilssy Méndez
Santo Domingo.- Mientras daba una charla sobre la increíble biodiversidad de los bosques secos del Parque Nacional Jaragua, a un grupo de guías ecoturísticos en Pedernales, una de las estudiantes me preguntó: “¿Pero por qué se llama bosque seco si está todo tan verde?”.
En otra ocasión, una bióloga cibaeña mostraba su asombro ante los bosques secos de Oviedo, y ponía en duda que en esa región sobrevivieran, alguna vez, poblaciones indígenas. Sin embargo, su percepción cambió de repente cuando, al adentrarse en el bosque, descubrió una variedad casi infinita de reptiles, mariposas, aves y manantiales con peces endémicos.
Esta reacción es parte del síndrome de los habitantes del bosque húmedo, que es lo opuesto al bosque seco, cuando se enfrentan a la sobriedad varonil de los cambrones y los cactus.
Habituados a la generosidad de la “fértil campiña cibaeña” (Sólo los cibaeños son más generosos que su pródiga tierra), no entienden que puedan florecer tantas formas de vida entre pitajayas y bayahondas.
Lo que caracteriza al “bosque seco” es la escasa cantidad de lluvia anual que recibe, lo que a su vez determina el tipo de vegetación predominante en esas condiciones climáticas.
Sin embargo, existe la creencia errónea de que se trata de un páramo sin vida donde hasta los árboles están moribundos. Nada más falso. El bosque seco compite, y muchas veces supera, a otros ecosistemas en lo que se refiere a la diversidad de animales y plantas que alberga.
La causa de esta confusión tal vez sea de origen psicolinguístico. Resulta que en español (por lo menos en el nuestro), el adjetivo “seco” lo usamos indistintamente para describir un árbol muerto o una hoja muerta, o para indicar la escasa cantidad de lluvia que cae en una región.
En otras lenguas indoeuropeas (Inglés, francés, alemán) se usan dos palabras diferentes para designar a estos fenómenos: una para describir los árboles muertos, y otra para referirse a los bosques donde llueve poco. Cualquiera que sea su origen, lo cierto es que esta confusión tiene repercusiones nocivas para la conservación del bosque seco, ya que la gente lo trata con desprecio y hasta le niega la condición de bosque.
Un hombre sometido a la justicia por deforestar a orillas del lago Enriquillo, adujo a su favor que él sólo había cortado cayucos y árboles con espinas. Oí decir una vez a un ex secretario de Turismo, que si hubieran apoyado sus proyectos de desarrollo en Bahía de las Águilas, ya él habría reforestado y llenado de palmeras todos esos montes plagados de espinas. Ignoraba este docto ministro que eso que para él ni siquiera merecía el nombre de bosque, es uno de los ecosistemas más raros y amenazados del mundo, razón por la cual se declaró esa zona área protegida.
Otra forma de discriminación del bosque seco la observamos en la aplicación de las leyes forestales. Comete un delito mucho menor quien corta un cambrón (Acacia macracantha) que quien corta un pino (Pinus occidentalis).
Los árboles de bosque seco son tratados como maleza que sólo existe porque no contamos con los recursos necesarios para eliminarla y sustituirla por “verdaderos” árboles. No debemos olvidar, sin embargo, que el corazón del cambrón es tan magnánimo, que la poca agua fresca que recibe del cielo la multiplica y la prodiga, haciendo que estallen a su alrededor mil formas de vida.
Fuente: Diario libre Foto: MD Maker Sururbano
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