Merenguero de los años 80 Luís Kenton ahora baila con la pluma y el pincel




Luís Kenton ahora baila con la pluma y el pincel Para 1978 la agrupación artística Los Kenton gana “Revelación del año”. Tito, Rafa y Luís conformaban el frente que revolucionó las coreografías de orquestas, al punto de que hubo una época donde la moda se denominó la “kentomania”.

No bien Los Kenton saboreaban las mieles de la fama cuando Luís sufrió un accidente mientras practicaba algunas piruetas en una cama elástica. El resultado de la tragedia lo mantiene desde entonces en silla de ruedas con una artrosis degenerativa donde sus coyunturas pierden movilidad.

Pero como expresa el propio accidentado: “Todo obra por un fin y no se trata de por qué suceden las cosas, sino para qué. Lo que me pasó hoy me hace más útil, no más grande. Y es que la grandeza solo la tiene Dios, a quien por su obra conocí”.

Desde que supo que no volvería a bailar, Luís buscó otras modalidades del arte y hasta hoy ha publicado seis libros entre novelas, biografías y poesías, además de cinco exposiciones de pintura. Es también el director de una de las escuelas de música más famosas de Santo Domingo Este.

Para 1996 se gradúa con honores de Psicología Clínica en la Universidad de la Tercera Edad.

Confesó que desea estudiar Cinematografía y que ya inició los trámites para realizar la que sería su segunda carrera académica y su quinta profesión.

Una persona minusválida con tanto ímpetu tendría que contar con una cantidad ilimitada de recursos para sus necesidades. Sin embargo, dinero es precisamente lo que no tiene el único de Los Kenton que todavía reside en República Dominicana. Rafa y Tito llevan varios años en Estados Unidos.

Vive en un apartamento incoloro, a la vista pequeño para las tres personas que lo albergan. Dos tambores bajo la mesa, una guitarra que se equilibra con una silla, un conato de piano que aguanta la inercia de la puerta y un viejo monitor que confirma que la Luis Kenton Talent College funciona en ese mismo nido.

A pocas pulgadas de la puerta una pila de pupitres oxidados se hacen espacio a la espera de que, como todos los fines de semana, más de 50 aspirantes a músico invadan la escuela-hogar en Alma Rosa I de Santo Domingo Este.

Luís luce sobrio, pálido, con alguna humedad en sus ojos que se filtra por los lentes recetados, las arrugas ya empiezan a formar surcos en su rostro y por la imposibilidad de mover sus piernas muchas veces se le escapan suspiros casi silentes, imperceptibles.

El artista y su legado

Ya Kenton no puede bailar, pero puede hacer que sus alumnos lo hagan. Es el manejador del grupo juvenil “Brayni y las Chikenton”, cuyas niñas se mueven con el mismo brío que en su momento lo hizo su maestro.

“El hombre no necesita piernas para caminar porque los pasos con el espíritu llegan más lejos. Desde mi silla de ruedas he puesto a bailar mis estudiantes igual que como bailaba cuando podía hacerlo”, reflexionó.

Entiende que la música no le dura toda la vida a los artistas, por lo que aconseja prepararse para poder hacer otra actividad cuando no se pueda continuar la carrera sobre los escenarios.

Además de formar músicos, Luís se preocupa por aportar a la sociedad artistas dignos en su comportamiento. Obliga a sus estudiantes estudiar música en todas sus facetas y cada dependiente tiene la tarea de ser ejemplo positivo en su entorno.

“Ya hoy nadie recuerda a Luís Kenton...”

Toma siete segundos con la vista al vacío como quien trata de alar por las greñas algunas palabras con anestesia, pero no logra su cometido del todo y lo dice...

“Tengo la espinita porque en los Premios Casandra nunca han reconocido el trabajo de Los Kenton. No deben esperar que uno se muera. El amigo no espera la muerte para manifestar el afecto y... -suspira- no entiendo por qué ya hoy nadie recuerda a Luís Kenton”, se explayó.

Se anima a sí mismo al argumentar que cada quien está en lo suyo y vive de acuerdo a sus circunstancias, con la finalidad de alcanzar las metas propuestas. No logra recordar las tantas veces que ha solicitado del gobierno una pensión y... nada.

Su enfermedad se complica cada día más. En cualquier instante podría morir porque las coyunturas entre sus huesos pierden movilidad y si no lo tratan con carácter de urgencia quedaría inmóvil completamente. Su suerte descanza en la voluntad de los pudientes.

Musita que el alquiler de su vivienda lo paga con la ayuda de un primo que comparte la casa y por la contribución de algunos vecinos que recuerdan el legado de Los Kenton.

Y mientras espera una ayuda económica que cubra las terapias que requiere, con la poca movilidad que le queda en los dedos escribe la que considera será su mejor obra: “Los Kenton... La leyenda”.

Muy enérgico y entusiasta concluye: “Si dejo la música muero. Nací siendo músico y así moriré”.
Por: Manauri Jorge

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