La batalla por NO VOLVER a la pobreza dura toda la vida

SANTO DOMINGO (Rep. Dominicana).- Pertenecer a la clase media, ¿qué significa en la República Dominicana? Quizás es, por definición, una ambigüedad. Cuando le pregunté a Ricardo González que si se reconoce como una persona de clase media sonrió. Rememoró discusiones con algunos amigos sobre el tema y concluyó que la gente de clase media, aún reconociéndose como tal, no siempre se siente de clase media. 


Algo similar apuntaba el economista Rolando Guzmán en 2011, en un estudio sobre el estrato dominicano de ingresos medios en el Siglo XXI: “En el caso de los hogares clasificados como de condiciones de vida medios, al menos 40% parece percibirse como muy pobre o como cercano a muy pobre”. 
¿Por qué ocurre? ¿Qué hace que exista una brecha entre ubicarse o ser ubicado formalmente en este grupo y sentirse parte de éste? Ricardo responde sin necesidad de precisiones estadísticas ni fórmulas matemáticas. Piensa que la explicación puede asociarse a la vulnerabilidad de este estrato socioeconómico, que es un quebranto especialmente acentuado en el caso dominicano.
Lo documenta con su propia historia. A sus 49 años percibe que le ha tumbado el pulso a la pobreza que lastimó su infancia,  su infancia de niño trabajador, vendedor de donas, allá en los barrios de la zona norte del Santo Domingo de los 70. 
 Al menos el 40% de los hogares del estrato de ingresos medio se percibe como muy pobre o casi muy pobre. 
Los indicadores que le permiten ubicarse en la franja de la clase media son concluyentes: tiene estudios universitarios (graduado de Comunicación Social), dos viviendas propias, vehículo, ingresos familiares por alrededor de RD$200 mil al mes y el que considera como su logro más importante: hasta ahora, él y su esposa han cubierto satisfactoriamente los gastos educativos de sus hijos.   
Ricardo detalla, con paternal orgullo, que los dos menores están terminando sus estudios de grado en Economía e Ingeniería Informática en universidades prestigiosas del país, y el mayor cursa una maestría en Economía Estadística en una universidad de Barcelona. Dice, en broma, que dos de sus hijos estudiaron Economía para reivindicarlo, porque toda la vida lo vieron sacando cuentas. En la actualidad, los tres trabajan y, además de una satisfacción importante para los padres, eso supone un desahogo en las cuentas del hogar. 
Un alto precio
En resumen, las principales necesidades económicas de esta familia están cubiertas convenientemente. El precio de saldarlas ha sido muy alto, principalmente por la intensidad del trabajo y el severo régimen de privaciones en que han vivido.
Ricardo siempre ha trabajado jornadas demasiado largas porque, con el nivel salarial predominante,un solo empleo resulta insuficiente. Así, desde que inició su vida laboral formal, hace 29 años, y aunque su esposa también trabaja, ha tenido varios empleos simultáneamente o uno acompañado de los llamados “picoteos” o asignaciones esporádicas que juegan un papel importante a la hora de responder a las necesidades familiares. “Cuando uno quiere hacer una inversión o renovar algo tiene que buscar entradas extras que no son necesariamente las del salario”, precisa.
Ahora solo tiene dos empleos formales y, aunque parezca irónico, no siempre ha vivido con tanto sosiego:  “Siempre he llevado negocio de manera paralela al trabajo. Diferentes tipos de negocios. He sido vendedor, he conchado. Cuando me casé yo alternaba el trabajo con conchar para pagar el vehículo que había comprado, totalmente a crédito. Tenía que conchar porque el sueldo era para mantener a la familia”, recuerda.
A pesar de los sacrificios para engrosar los ingresos, han tenido que llevar una vida muy austera. El sueño de la esposa de Ricardo, conocer Brasil, está lejos de cumplirse. No porque no hayan tenido los ahorros suficientes en algún momento, sino porque un gasto de esta magnitud impactaría fuertemente la modesta seguridad económica que han logrado conquistar.
Con frecuencia ser de clase media es tener que elegir entre hacer un viaje y pagar los estudios de especialización de  un hijo, entre hacer un viaje y adquirir un vehículo, o entre hacer un viaje y emprender el espinoso y largo camino que conduce a la añorada vivienda propia.
Los que hay que hacer son sacrificios que, para muchos, anulan el sentido de la búsqueda de un mejor nivel de vida.
Además, esos esfuerzos por ascender en el ámbito socioeconómico dejan una sentida huella familiar. La calidad del tiempo que se pasa con la familia, por ejemplo, es otro tema sensible para cualquiera que se plantee con seriedad la crianza de sus hijos.
Cuando habla del tema, Ricardo se llena de nostalgia. Reconoce que tiene en este aspecto un vacío irreparable: en su memoria son escasísimas las imágenes de sus hijos pequeños. Cuenta que a veces, mirando a sus sobrinos, intenta recordar momentos de la primera infancia de sus hijos y repara con tristeza en que no puede porque no los vivió.
Al final, incertidumbre
Los sacrificios han sido muchos, pero para esta familia, igual que para cualquiera de la clase media dominicana, llegar a tener vivienda, educación, alimentación y trabajo es un evidente motivo de alivio.
“Uno siempre tiene el temor de cualquier enfermedad catastrófica que pueda llegar a la familia. No tenemos una seguridad social que cubra ese tipo de enfermedad”.
Un alivio frágil, porque la que se libra contra la pobreza es una batalla sin treguas y en la que rara vez se consigue una victoria definitiva.
Ricardo sabe que, a pesar de todo lo que la familia ha logrado,la economía del hogar no resistiría el desempleo prolongado de sus cabecillas o una enfermedad catastróficade cualquiera de los miembros.
El último caso, naturalmente, sería el evento más difícil de enfrentar: “Uno siempre tiene el temor de cualquier enfermedad catastrófica que pueda llegar a la familia. No tenemos una seguridad social que cubra ese tipo de enfermedad”, se queja.
Luego narra que los problemas de salud de una sobrina puso todos los parientes en una situación bastante dramática, al punto de que fue necesario hacer colectas para reunir dos millones de pesos en tres meses. Una cantidad de dinero considerable para cualquier familia del estrato medio

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