Los abogados
constitucionalistas no concuerdan en si la Constitución dominicana
actual establece que la ley de reforma es orgánica, ni tampoco en si la
modificación sobre la reelección necesita referendo aprobatorio.
La Constitución de 2010 es tan larga que olvidaron precisarla. Los principales arquitectos fueron el Congreso actual que la aprobó y el expresidente Leonel Fernández que la promovió y promulgó. Ahora Fernández se erige en protector de lo que no establece claramente la Constitución, y lo hace a su conveniencia. Ha tirado la pelota al danilismo y al Comité Político que él mismo preside.
Primero reitero mi opinión general sobre el tema: no estuve de acuerdo con la reforma constitucional de Hipólito Mejía en 2002 porque su objetivo fue exclusivamente cambiar el artículo sobre la reelección para beneficio propio. No estuve tampoco de acuerdo con la reforma constitucional que impulsó Leonel Fernández en 2009-2010 porque su objetivo fundamental fue rehabilitarse electoralmente, ya que había agotado todas las posibilidades de reelección después de 2008. Quería volver al poder y para eso tenía que reformar la Constitución.
Con más inteligencia política que Mejía, Fernández promovió una supuesta reforma constitucional integral con la participación de notables del derecho nombrados por Fernández y “consultas populares” patrocinadas por la Presidencia de la República.
A pesar de las peticiones para reformar la Constitución mediante una Asamblea Constituyente y que el nuevo texto constitucional se aprobara en un referendo, Fernández hizo caso omiso y procedió a modificar la Constitución sin la participación ni la validación popular. Sorprende pues ahora su apoyo a la soberanía popular.
El llamado pacto de las corbatas azules entre Leonel Fernández y Miguel Vargas sirvió para coronar el supuesto gran pacto político mediante el cual se reformó la Constitución. Pero en aquel momento Vargas no era presidente del PRD, aunque actuó como tal sin serlo.
La Constitución de 2010 es un texto fundamentalmente conservador lleno de adornos progresistas (a este asunto me he referido en artículos anteriores). Producto de esa Constitución, Fernández se rehabilitó para poder buscar una cuarta postulación como lo intenta ahora; y eso se ha convertido en la manzana de la discordia en el PLD.
Si Fernández no cambió la Constitución en 2010 para beneficio propio como dijo en su reciente discurso, y si la idea de restablecer la reelección indefinida (no consecutiva) no fue suya, entonces la evidencia de que su planteamiento es genuino sería no buscar una nueva postulación en 2016. Pero ¡oh no!, desde que salió del poder en el 2012, no cesa en sus afanes de volver.
Ahora se erige en intérprete de la Constitución y declara que la ley de reforma es orgánica, es decir, que requiere dos terceras partes para aprobarse, y que es necesario un referendo aprobatorio. Establecer este argumento correspondería al Tribunal Constitucional, cuyos miembros fueron todos nombrados por el propio Fernández en base a la Constitución de 2010.
Con su discurso, Fernández devuelve la pelota a los danilistas y les complica el juego político. Los leonelistas en el Congreso asumirán la posición de Fernández, no habrá unidad peledeísta, y será muy difícil lograr las dos terceras partes para la reforma constitucional.
Mi opinión final: para demostrar el institucionalismo y el desinterés histórico que propaga, Fernández debería probarlo no postulándose en el 2016; fue él quien promovió y promulgó la Constitución de 2010 que lo rehabilitó electoralmente. Medina, por su parte, para ser consecuente con sus planteamientos críticos de la reelección en el pasado, tampoco debería buscar una repostulación ahora.
¿Es que nadie más en el PLD sirve para presidente?
La Constitución de 2010 es tan larga que olvidaron precisarla. Los principales arquitectos fueron el Congreso actual que la aprobó y el expresidente Leonel Fernández que la promovió y promulgó. Ahora Fernández se erige en protector de lo que no establece claramente la Constitución, y lo hace a su conveniencia. Ha tirado la pelota al danilismo y al Comité Político que él mismo preside.
Primero reitero mi opinión general sobre el tema: no estuve de acuerdo con la reforma constitucional de Hipólito Mejía en 2002 porque su objetivo fue exclusivamente cambiar el artículo sobre la reelección para beneficio propio. No estuve tampoco de acuerdo con la reforma constitucional que impulsó Leonel Fernández en 2009-2010 porque su objetivo fundamental fue rehabilitarse electoralmente, ya que había agotado todas las posibilidades de reelección después de 2008. Quería volver al poder y para eso tenía que reformar la Constitución.
Con más inteligencia política que Mejía, Fernández promovió una supuesta reforma constitucional integral con la participación de notables del derecho nombrados por Fernández y “consultas populares” patrocinadas por la Presidencia de la República.
A pesar de las peticiones para reformar la Constitución mediante una Asamblea Constituyente y que el nuevo texto constitucional se aprobara en un referendo, Fernández hizo caso omiso y procedió a modificar la Constitución sin la participación ni la validación popular. Sorprende pues ahora su apoyo a la soberanía popular.
El llamado pacto de las corbatas azules entre Leonel Fernández y Miguel Vargas sirvió para coronar el supuesto gran pacto político mediante el cual se reformó la Constitución. Pero en aquel momento Vargas no era presidente del PRD, aunque actuó como tal sin serlo.
La Constitución de 2010 es un texto fundamentalmente conservador lleno de adornos progresistas (a este asunto me he referido en artículos anteriores). Producto de esa Constitución, Fernández se rehabilitó para poder buscar una cuarta postulación como lo intenta ahora; y eso se ha convertido en la manzana de la discordia en el PLD.
Si Fernández no cambió la Constitución en 2010 para beneficio propio como dijo en su reciente discurso, y si la idea de restablecer la reelección indefinida (no consecutiva) no fue suya, entonces la evidencia de que su planteamiento es genuino sería no buscar una nueva postulación en 2016. Pero ¡oh no!, desde que salió del poder en el 2012, no cesa en sus afanes de volver.
Ahora se erige en intérprete de la Constitución y declara que la ley de reforma es orgánica, es decir, que requiere dos terceras partes para aprobarse, y que es necesario un referendo aprobatorio. Establecer este argumento correspondería al Tribunal Constitucional, cuyos miembros fueron todos nombrados por el propio Fernández en base a la Constitución de 2010.
Con su discurso, Fernández devuelve la pelota a los danilistas y les complica el juego político. Los leonelistas en el Congreso asumirán la posición de Fernández, no habrá unidad peledeísta, y será muy difícil lograr las dos terceras partes para la reforma constitucional.
Mi opinión final: para demostrar el institucionalismo y el desinterés histórico que propaga, Fernández debería probarlo no postulándose en el 2016; fue él quien promovió y promulgó la Constitución de 2010 que lo rehabilitó electoralmente. Medina, por su parte, para ser consecuente con sus planteamientos críticos de la reelección en el pasado, tampoco debería buscar una repostulación ahora.
¿Es que nadie más en el PLD sirve para presidente?
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