6 de diciembre de 2015 - 12:09 am - 0
La jueza Awilda Reyes, con pecados más que conocidos y suficientes, es usada hoy no para adecentar la justicia, sino para seguir vapuleando la credibilidad del Estado
Todo crédito entendido como negocio político en el Estado tiene un costo frente a su acreedor, cumplir con la obligación de entregar su alma y libertad al otro. La gente que quiere y llega a una que otra posición en el gobierno o el Estado; no por competencias y mucho menos por mérito, termina como un réptil. En el plano de este gran negocio las candidaturas reservadas en los partidos son una factura al portador por la conducta favorable, en esta coyuntura, al proceso de reelección o a la dirección personal partidaria, sin importar escrúpulos u obligación moral alguna
La estrategia del reeleccionismo sectario inspirada en su doctrina anarquista de avasallar, aplastar, comprar, y desacreditar ha estado precedida del método de los escándalos y el chantaje para alcanzar su fin de imponerse: la reforma constitucional, el proceso de regularización y naturalización de extranjeros, la confrontación con Almagro, la activación y desactivación del caso Félix Bautista, la asamblea del Comité Central y proclamación del candidato único, el caso Quirino, la anulación de la democracia interna con reservas de candidaturas y la focalización de Leonel como el enemigo único y fundamental de la Democracia dominicana, razón esta última, que justificó como una necesidad imperiosa tragarse el Tiburón podrido.
La jueza Awilda Reyes, con pecados más que conocidos y suficientes, es usada hoy no para adecentar la justicia, sino para seguir vapuleando la credibilidad del Estado. Obviando, como es costumbre, de forma oportunista sin identificar los signos reales de putrefacción política que influyen y entorpecen el funcionamiento de la justicia, signos estos para ser extirpados. Le comenté a un amigo de este mismo medio acento, en la etapa inicial del proceso, que los puntos de vista y los juicios del Procurador, del caso Félix Bautista, carecían de solidez procedimental y validez jurídica y, que ese expediente acusatorio técnicamente por carecer de fundamentos probatorios, estaba condenado al fracaso. El afán del Procurador General, en este y otros casos, ha estado siempre orientado, más que todo a mercadearse y posicionarse en la onda reeleccionista anti-Leonel, que en hacer justicia.
La soberbia intolerante del gobierno ante cualquier crítica, les hace actuar de forma torpe y poco inteligente. Persio Maldonado y sus críticas al silencio presidencial recibió una andanada fulminante y, los cuestionamientos del Candidato del PRM Luis Abinader; recibieron como retaliación una embestida contra su familia y la Cementera Santo Domingo. De estas metidas de patas había que salir y el mejor camino y pantalla de humo era Awilda y la Suprema Corte de Justicia.
También, el no recurrir la decisión del caso Félix Bautista en casación ante la suprema, había que encontrarle un ruido apropiado que sepultara los cuestionamientos por el acto inexplicable e irresponsable de auto justificarse del señor Procurador. El Procurador no solo claudicó ante la obligación moral de asumir el deber que le impone la norma y su investidura, sino, que puso en evidencia su miedo jurídico de ser ridiculizado profesionalmente por el Presidente de ese alto organismo, Mariano Germán en un debate jurídico.
Ayer las encuestas y su posicionamiento fueron la razón para ir contra todo el mundo, arrancando de cuajo todo vestigio de democracia partidaria y llegando al extremo hoy, de tragarse sin atrabancarse un tiburón podrido. Esas mismas encuestas no son del interés del traga tiburón, es decir, ni le van ni les vienen, haciendo gala de un desparpajo y relativismo moral inaudito propio de sectas políticas.
No quiero terminar estas reflexiones sin ir a la sociedad italiana de 1815 en el contexto del liberalismo Europeo y la distinción que hace Ugo Foscolo entre sectas y Partidos, cito:
“¿Qué es, para Foscolo, una secta? “ La secta – dice- es un estado perfecto de escisión, procurado y mantenido por un número de hombres que, segregados de una comunidad civil, profesan públicamente o sólo entre ellos, opiniones religiosas, morales o políticas para disimular secretos intereses y para sostenerlos con acciones contrarias al bienestar de la comunidad”. La noción de las sectas se opone, por tanto, a la de los partidos políticos. “A mi entender los partidos de un Estado son más bien asociaciones de hombres libres que tienen opiniones e intereses diversos en cuanto a la manera particular de gobernar la opinión pública; pero que cuando se trata de la salud o de la gloria común, se ponen siempre de acuerdo entre sí” (Historia del Liberalismo Europeo, por Guido de Ruggiero, pág. 297).
Es indudable que el sectarismo danilista ha degrado el PLD, de ser un partido organizado con dirección colegiada a una secta virulenta, que ha propinado sin piedad un golpe miserable a la cultura democrática desarrollada en la sociedad dominicana y la existencia y sentido de sus partidos. El método y estilo anarquista de la reelección, nos ha retornado a la época y mentalidad de Concho Primo: chismes y sofismas políticos, zancadillas, rumores, trampas y escándalos.
¿Se compró o no la reforma constitucional? ¿Quién y cómo la pagó? ¿Con que dinero se negocio? ¿Habrá sanción penal también para todos, en la coalición o crimen constitucional?
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