Por Kilsy Mendez
La autora es periodista y locutora, residen en Barahona |
Muy
a menudo escuchamos a la población reclamando y haciendo un llamado
exigente al presidente y a la policía nacional para que actúen
urgentemente, ante la creciente delincuencia que en la actualidad,
parece haberse adueñado de las calles de nuestra patria, sin importar la edad, género o clases sociales de sus víctimas.
Esta misma delincuencia hace que pasen de moda, el uso de prendas
de valor, incluyendo el anillo de graduación; el andar con una hermosa
cartera donde acomodar los objetos que nos acompañan, aunque sea para la
universidad; el llevar la menor cantidad de dinero posible porque no
sabemos en qué momento seremos víctimas de este mal social; sin dejar de
mencionar el hecho de cambiar nuestro horario para transitar en pásolas
o motores, que en la mayoría de las ocasiones no solo son quitadas de
sus propietarios sin terminar de realizar los pagos de la misma, sino
que además son heridos o asesinados, para que no pongan resistencia por
defender lo suyo.
Para serles sincera, siento lastima de las autoridades que tienen
que trabajar para tratar de corregir el mal que otros no pudieron
detener a tiempo, a pesar de pagárseles miserablemente para realizar
esta labor, porque aunque apresen a la totalidad de delincuentes que
tenemos en la actualidad y se les de cadena perpetua, esto no va a
detener la próxima generación que está creciendo, la que está naciendo y
la que se está gestando.
Es tan fácil culpar al presidente y a las autoridades del orden de
no controlar y hacer algo con los hijos que no han concebido, porque,
¿Dónde están o quienes son los padres, figuras responsables, de la
delincuencia?
Muchos fueron los que a pesar de su pobreza siguieron teniendo más
hijos, los que a pesar de su niñez hacían cosas de adultos, los que se
rieron de lo bonito que sonaba una palabra obscena en la boca de un
niño, los que le dieron de todo a sus primogénitos por no escucharlos
llorar, los que estaban muy cansados o pendientes de la novela para
saber qué les pasaba a sus hijos durante el día, los que trajeron
descendencia sellados por una cruel enfermedad para luego dejarlos
desamparados en las calles y los que incursionaron en la delincuencia a
sus hijos como parte del negocio familiar.
Estas malformaciones en los hogares, en la educación inicial que es
la familia, son las semillas que plantamos en las entrañas de nuestra
sociedad y que hacen imposible que un, ¡¿Hasta cuándo?! no tenga final.
Es hora de identificar nuestra responsabilidad como ciudadanos y como padres, aportando con nuestro ejemplo en la formación de los valores
de nuestros hijos. La labor de ser padres no termina nunca por más que
queramos, no es un título que podemos traspasar o indilgar a los demás,
justificándolo a una inequidad social que no los ayudo, porque cuántos
buenos retoños no da esta sociedad, sembrados en lugares donde casi no
da el sol, siendo la única diferencia la mano de su labrador.
Aunque el desarrollo de nuestro cuerpo nos diga que estamos
preparados para concebir, no quiere decir que mentalmente estemos
capacitados para cumplir con este rol en una sociedad cada vez más
compleja, porque más que preocuparnos por traer un hijo para tener
descendencia o como prueba de amor, es pensar en qué quiero que sea este
individuo como ente proactivo en la sociedad de la cual somos todos
parte integral y trabajar para que este lo sea.
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