¿Qué le pasó al periodismo?


A las diez de la mañana, la Feria o el Centro de los Héroes, como usted quiera decir, ardía bajo el sol de agosto. No llegué a tiempo a la invitación del procurador para que participara en la graduación de vigilantes penitenciarios porque estacionarse en esa zona amerita una dosis de paciencia que raya en permitir la humillación. No hay derecho ciudadano que no se viole en esa parte de la ciudad.


190 y tantos jóvenes marchaban con cadencias militares ante la mirada impávida de abogados, pedigüeños, choferes de funcionarios.  Mientras que, por otro lado, cientos de ojos ansiosos  acompañaban sus pasos.
Pareciera  que esa graduación solo le importaba a esos ojos.
Un tropel de periodistas había llegado justo al momento en que los funcionarios se acomodaban. Ocuparon sus lugares cual si se tratara de funcionarios menores que están destinados a un lugar específico.
En la mesa principal, el procurador, el ministro de lo Interior, el director de la escuela, un embajador y otros invitados. Momentos más tarde se incorporó la fiscal de Distrito.
Comenzó el acto. Habla el director de la escuela, no sé si hubo novedad en el discurso porque nadie se inmutó. Decenas de niños y niñas, hijos o hijas de los graduandos empezaban a incomodarse.
Gente pobre con su ropa de domingo esperaba que se citaran los nombres de sus familiares, de sus hijos e hijas que habían decidido vivir en una prisión, quizás por el resto de sus vidas.
Siguen los discursos, sigue el calor. Las botellitas de agua circulan de mano en mano. El sudor corre por los rizos de una hermosa negrita que ya no sabe cómo acomodarse en la silla plástica. El peinado tomó dos horas me dijo la tía, orgullosa de su trabajo.
Algunos reporteros se marchan con desgano antes de que termine el acto. Miran con desdén a los pobres arremolinados en los árboles cercanos en busca de una sombrita. Se van, querían que el procurador hablara antes, para no esperar la ceremonia.
Se acaba el acto. Los periodistas se arremolinan alrededor de los funcionarios y le preguntan lo mismo. “Procurador, ¿qué pasa con los bienes del narco?”; “Señor ministro de Interior, ¿cuándo se harán las deportaciones masivas?”.
Las mismas preguntas, las mismas respuestas. Pareciera que las preguntas están escritas de antemano. Nada que sea incómodo a la autoridad, ningún cuestionamiento al sistema, la gente no es importante. Supongo que todo está en orden…

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