Leonel Fernández y Danilo Medina vienen de una larga militancia en el PLD, e igual sucede con casi todo el Comité Político. La unión de tantos años explica en parte la permanencia en el poder. Pero como sucede en todo país de tradición caudillista e instituciones débiles, ni siquiera el PLD ha logrado evadir la decadencia partidaria propia de las luchas caudillistas.
A diferencia del PRSC y del PRD, el PLD ha podido sortear las tensiones caudillistas hasta la fecha, y habrá gobernado 16 de los últimos 20 años cuando concluya este período presidencial. Pero las fricciones se van acumulando y agrandando, se tornan más agrias y amargas.
En el 2007, Danilo Medina cometió el error de enfrentarse a Leonel Fernández en las primarias, cuando la Constitución permitía una repostulación consecutiva, no por hechura de Fernández, sino por el cambio constitucional de Hipólito Mejía en el 2002.
Con el país en recuperación económica después de la debacle de 2003-2004, la reelección de Fernández navegaba con facilidad en el 2008. Medina se engruñó, se distanció del Gobierno, y tuvo una desteñida participación en la campaña electoral. Ahí se produjo la primera ruptura del matrimonio político entre ambos, codificada por Danilo con un “me venció el Estado”.
Fernández, con el dominio del PLD y del país, iba seguro al triunfo a pesar del distanciamiento de Medina. Ganó sin él.
Pero el sistema de una reelección consecutiva que permitió a Fernández repostularse en el 2008, era una piedra en el zapato hacia adelante. No podía ser candidato presidencial jamás. De ahí que Fernández promoviera con ahínco una nueva reforma constitucional que reincorporó la reelección indefinida no consecutiva. Así se habilitó para ser candidato presidencial nuevamente.
Para el 2012, Leonel Fernández no pudo manufacturar una candidatura alternativa a Danilo Medina. Era cuestión de esperar cuatro años para volver al poder. Los leonelistas no lo dudaban: el glamour de Leonel Fernández triunfaría sobre la opacidad de Danilo Medina; además, estaba el candado constitucional de 2010 de no repostulación inmediata.
Pero ¡oh sorpresa! De manera magistral, Medina utilizó su propia opacidad política para brillar. Las rabias del pueblo se volcaron contra Leonel ante el déficit fiscal develado por el propio Gobierno a fines de 2012, y Danilo se posicionó eficazmente para ganar cada batalla desde entonces. Al No de Leonel al 4% para la educación, Danilo dijo un Sí.
Al mal contrato de Leonel con la Barrick Gold, Danilo dijo No. A la conceptualización distante de Leonel, Danilo respondió con visitas sorpresas. Así se fue cocinando la reelección, y de paso, la segunda ruptura del matrimonio político.
Estas rupturas no son expresión de diferencias ideológicas, sino de la fuerte tradición caudillista y clientelar en el país, de la que no se ha librado tampoco el PLD.
Si pensaran en la institucionalidad democrática del país y del partido, Leonel Fernández no hubiera cambiado la Constitución en 2010 para su beneficio, ni Danilo Medina tampoco en 2015. Si pensaran en la institucionalidad democrática, Leonel se hubiese retirado de la política electiva después de gobernar 12 años, porque muchos en su partido aspiran.
Los caudillos sirven para aupar organizaciones políticas, pero no para institucionalizarlas. Actualmente, ni Leonel ni Danilo pueden democratizar ni institucionalizar el PLD porque ambos luchan por controlarlo. El partido está frisado y los pequeños cambios se producen cuando uno aplasta al otro.
Independientemente de cuándo y cuánto Leonel Fernández se involucre en la campaña electoral, el matrimonio político está roto; y post-2016, el Comité Político tendrá que hacer malabares para mantener la organización unida.
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