POR EDWIN PARAISON
Fuente ECOS DEL SUR.
Haití guarda un recuerdo especial del Papa Juan Pablo II por unas simples declaraciones que tuvieron un gran impacto político: “Algo debe cambiar”. Pronunciadas en presencia de Jean Claude Duvalier en una concentración religiosa en el aeropuerto de Puerto Príncipe durante su histórica visita en el año 1983, las mismas fueron interpretadas como una desaprobación del régimen, dando un nuevo impulso a las luchas por la democracia, consecuentemente, tres años después, la caída de la dictadura.
El Papa Francisco desde su instalación no para de sorprender a su propia grey como a la opinión pública internacional. Se habla de una revolución papal en el vaticano y en la visión de la acción global de la Iglesia romana.
A Republica Dominicana y Haití, dos países hermanos que comparten la isla, donde se plantó la cruz del cristianismo en las Américas, en el “mole saint Nicholas” en 1492, les ha llegado el efecto en su vida eclesial y diplomática de ese nuevo liderazgo comprometido pastoral y políticamente con los mas vulnerables.
Por un lado, con la designación del primer nuncio negro en la isla Jude Thaddeus Okolo, de Nigeria (África). Su llegada a la Republica Dominicana, en un contexto de conflicto entre los gobiernos haitiano y dominicano por la cuestión migratoria, y por el cuestionamiento del rol de parte de la jerarquía católica en el manejo de un tema sensible para el Papa, se ha visto como una decisión sopesada.
Por otro lado, tras 4 años de dificultades diversas para levantarse totalmente de la desgracia del terremoto del 2010, el pueblo haitiano recibe la noticia de la ascensión cardenalicia del obispo de los Cayos y presidente de la conferencia episcopal, Mons. Chibly Langlois.
Dicha decisión es una señal de fortalecimiento de los lazos de Roma con la Iglesia católica haitiana, en ocasiones criticada por el poco empuje de parte del Episcopado, en la promoción de los cambios sociales que deberían augurar una mejor suerte a la Nación Caribeña.
Por primera vez habrá dos cardenales en la isla. Contrario a lo que algunos han comentado, la promoción eclesiástica de Langlois no le quita poder a Nicolás López Rodríguez. Son dos jurisdicciones independientes. Por lo contrario, plantea la necesidad de un acercamiento entre ambos altos jerarcas, los primeros purpurados dominicano y haitiano, para una renovación de las relaciones entre sus iglesias. En esto podrían ayudar los nuncios.
Históricamente, antes del vaticano II (1963-65), no había señales de vínculos eclesiales haitiano dominicanos. Los aires primaverales de dicho Concilio generaron un acercamiento a tal punto que las dos Conferencias Episcopales desde los ‘80 se han dado la obligación de reunirse cada 3 años intercambiando sedes.
En ese marco, surgió la pastoral haitiana, en la Republica Dominicana, como repuesta de la Iglesia a la presencia de trabajadores migrantes haitianos, bajo el modelo de lo que ya se hacía especialmente en Norteamérica con los hispanos, incluyendo dominicanos. También miles de peregrinos haitianos acudan anualmente a la Fiesta de la Altagracia en Higuey para celebraciones de culto mariano en idioma creole.
Sin embargo mucho queda por hacer por una real y sincera hermandad cristiana entre los dos pueblos. Lo cual, inspirado por los nuevos vientos que soplan en Roma, debe motorizarse al más alto nivel eclesiástico insular.
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