Cuando víctimas y victimarios se confunden


           Por PETRA SAVINON FERRERAS
Frank Kelin Holguín tiene 21 años. Antes de incendiar un vagón del Metro de Santo Domingo  vivía en condiciones precarias en una casita debajo del puente Sánchez, marcada con el código  de desalojo L03-26213,  de la Oficina para el Reordenamiento del Transporte (Opret).
Por el lugar donde está su casa y la de muchos otros ciudadanos empobrecidos, pasará la segunda línea del metro. 
Previo a que les avisaran  que debían desocupar sus viviendas, vieron a otros moradores de barrios aledaños dejar las suyas para ser ubicados en barracones, en espera de un apartamento que les asignaría el Estado.


Con su acción temeraria, Frank Kelin llevó la desgracia  y el miedo a personas que nada tuvieron que ver con la tragedia que veía avecinarse. 
Quizás en su desesperación y rabia contra ese moderno sistema de transporte que lo dejaría en un estado más precario del que ya soportaba, quiso acabar de una vez con ese “monstruo”.

Pero no sopesó el daño que podría  hacer a otros, como Francis Alberto González, joven como él y aún recluido en un hospital con serias quemaduras, ni meditó en que destruiría esa propiedad estatal, que por serlo, es ya de todos.

Su defensa ha pedido  una evaluación siquiátrica que el Ministerio Público no ha autorizado. Sin embargo, en la cárcel en la que está recluido el siquiatra Vicente Santana confirmó que lo medica porque está fuera de la realidad.

¿No es esa una razón más que válida para que se apruebe una revisión a su salud mental?.

El poco amparo que pudiera tener el joven se diluye en los rumores de que habría recibido promesas de dinero a cambio de su acción. Si es así, entonces toca a las autoridades investigar a fondo quiénes usaron la desesperación de ese muchacho para tan atroz hecho.

Porque este es un caso que va más allá de lo que pueda verse a simple vista. Lo mismo que el de Estefany Taveras Estévez, de 18 años, a la que un tribunal dictó tres meses de prisión preventiva, acusada de dar cerveza a su hija de un año y 10 meses.

No es en esas sábanas desechas en las que está la fiebre. Es más allá, en otras.

En un país en el que “el relajo sin malicia” de dar un “traguito”  de cerveza a los niños es visto por adultos como algo normal, ¿Qué puede esperarse de una muchacha de 18 años, con escasa formación?.

Claro que nadie, a menos que estuviera fuera de sus cabales, defendería la acción de esa chica. No obstante,  no es con prisión que va a resolverse la falta de educación y de orientación que acusan los jóvenes dominicanos, sobre todo, los más empobrecidos.

A los 16 años ya Estefany estaba parida, lo que indica que fue embarazada a los 15. ¿Qué tipo de guía recibió para evitar esa preñez no deseada?.  ¿Quién la enseñó luego a ser madre, a manejar todo lo que implica ese nuevo rol?.

¿Qué aprenderá en esa cárcel?  ¿Evitará esa sanción que otros padres incurran en esa práctica, a la que lo común no quita lo dañino?.
Es claro que las autoridades han olvidado su papel preventor de infracciones para concentrarse solo en el de castigador. 

Por eso ninguna institución pública se encarga de “tirarse” a los sectores marginados a conocer la realidad de sus habitantes y a promover cambios de conducta que concluyan en una sociedad con mejores seres humanos.

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