Fuente: El País. España
Por Juan Arias
Señor Rey de España:
Soy un elefante de Botsuana, el país
africano en el que me dicen que su Majestad ha estado recientemente
para descansar de sus fatigas, cazándonos en un safari.
Los elefantes somos mansos, aunque fieros cuando nos atacan. También
nuestros dioses, los de la sabana, son dioses buenos, no vengativos,
aunque sí celosos de sus habitantes.
Quizás por ello, han querido preservar su vida, importante para su país, aunque han querido advertirle con su caída y sus fracturas en el campamento desde donde salía para cazarnos, que sería mejor ya para su Majestad que ha vivido ya más de lo que vivimos uno de nosotros, dedicase su tiempo a otras cosas, en vez de venir a matarnos.
Por ejemplo a seguir a esa España que se está desmoronando económicamente, a
ese 52% de jóvenes que sufren el aguijón del paro después de tantos
años de estudios, o simplemente a disfrutar de ver a los animales correr
y divertirse en su habitad natural, pero sin escopetas, con las manos
vacías o llenas de flores.
Nosotros sabemos que no ha hecho nada ilegal viniendo y pagando muchos miles de euros para matar a uno de los nuestros.Se
lo permiten las leyes de mi país. Para muchos, matar gratuitamente
animales es como lo era antiguamente cazar a lazo a los negros o indios
para esclavizarlos.
¿Pero basta que algo sea legal para realizarlo? Existen
también las leyes del corazón, no escritas, las de los sentimientos
humanos, que dicen por cierto que son superiores a los nuestros y
existen ciertos ejemplos que un Rey debe ofrecer de su vida incluso
privada.
Su Majestad, desde su primer discurso como Rey,
afirmó que quería serlo de todos los españoles. Yo sé que en España hay
aún mucha gente que no se importa de ver sufrir o morir a los animales y
que hasta se divierte observándolo. Pero existen también millones, sobretodo de jóvenes, que aman a los animales, que quieren protegerles y conviven con ellos. A
esos millones de españoles, no creo que les guste especialmente la
imagen de su Rey llegando a esta África, que es nuestro territorio,
escopeta al hombro, para distraerse disparándonos sin que podamos
defendernos.
Nos han dicho, Majestad, que posee una de las mejores colecciones de escopetas de caza que existen. ¿Podemos
hacerle una sugerencia? Haga de ellas un museo y anuncie a los
españoles, que su Rey ya no va a matar a ningún animal y que los años
que aún le queden de existencia- que le deseamos sean aún muchos más de
los que nosotros vivimos, los va a dedicar a distraerse a favor de la
vida y no de la muerte.
Sabemos que nosotros, los elefantes, como el resto de los animales, no tenemos derechos. Nacemos para ser cazados y muertos.
Pero queremos recordarle que nosotros no hacemos mal a nadie. Somos
sensibles y humildes y hasta nos parecemos a ustedes los Homo Sapiens.
Dicen los zoólogos que somos de los pocos animales que respetamos a
nuestros difuntos y de los pocos que saben reconocerse, como los
humanos, en un espejo.
Es verdad que quizás para ustedes los humanos los elefantes seamos inútiles, no
somos indispensables para nada, pero, no por ello deben tener el
derecho de matarnos. También las monarquías hoy- y lo digo con todo el
respeto- aparecen inútiles para muchos y no por eso se hace la caza a
los reyes y reinas.
Y hablando de reinas, nos gustaría saber qué piensa su discreta y querida reina Sofía de su amor por la caza de elefantes. Ella
como mujer y como madre, debe saber que en nuestra organización en la
sabana, vivimos un reino matriarcal. Ellas, las elefantas, organizan y
dirigen nuestra comunidad. Son madres amorosas, dan de mamar a sus hijos
durante tres y hasta cinco años y sufren como ustedes los humanos
cuando se los matan por capricho.
Por último nos gustaría que sus
nietos y biznietos, Majestades, un día consiguieran divertirse sin
necesidad de venir a África a cazarnos y arrancar nuestros colmillos de
marfil para adornar los palacios reales con sus trofeos de muerte.
Quizás, ni queriendo podrán ya hacerlo porque quedamos sólo 30.000 elefantes en todo el mundo y al ritmo con el que nos matan, sus nietos ya no tendrán como hacerlo, porque habremos sido extintos. Tendrán que conformarse con cazar cucarachas que
al parecer tienen un millón de años y resisten hasta a las radiaciones
atómicas. Nosotros, no. Somos más grandes, pero más frágiles. Quizás por ello nos amen tanto los niños a los que les gusta divertirse con nosotros. Vivos, no muertos.
Sólo desearle, Majestad, en nombre de nuestros dioses, que se recupere pronto del susto que le hemos dado,
que no era para matarle, sino para hacerle pensar que sería mejor para
su Majestad, que a la hora de dejar este Planeta, los elefantes que aún
estemos vivos, podamos llorar por usted en vez de alegrarnos por haber
perdido a un verdugo.
Los vientos de la selva son misteriosos, Majestad. ¿ Por qué no nos regala sus escopetas en vida?
Con respeto y en nombre de todos los elefantes de Botsuana y el mundo.